EL TIEMPO EN ESTEPA

EL TIEMPO: PREVISIÓN METEOROLÓGICA PARA ESTEPA

sábado, 1 de agosto de 2009

LA HISTORIA DE UN PAÑUELO (Relato verdadero sobre bandoleros andaluces)

LA HISTORIA DE UN PAÑUELO
(Relato verdadero sobre bandoleros andaluces)
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En los tiempos en que en la Corte española reinaba el rey absolutista Fernando VII, y en los campos, las comarcas y las sierras andaluzas lo hacía el célebre José María “El Tempranillo” el “rey de Sierra Morena”, unos vulgares rateros hicieron un considerable robo de yeguas propiedad de un labrador cuyo pueblo estaba cercano a Sevilla.
Rescatados los animales por casualidad, fueron llevados a una villa donde su alcalde mandó que dichas yeguas fuesen llevadas hasta Sevilla escoltadas por una treintena de soldados voluntarios realistas, al mando de un teniente.
Y así se hizo, siendo entregados a su propietario los animales robados.
Cuando las fuerzas militares y su oficial se disponían a regresar a su pueblo, el asistente de Sevilla don José Manuel de Arjona, encomendó al joven teniente de los realistas una misión delicada y ciertamente arriesgada, pues de regreso, debía llevar escoltada y presa a la esposa del conocidísimo bandolero José María Hinojosa, “El Tempranillo”, que por aquellos años, estaba criando a su hijo de pocos meses. Las órdenes eran que debía llevar conducida a la prisionera, hasta la villa de Estepa, y una vez allí, entregarla a la autoridad del Corregidor de la misma.
La misión encomendada al teniente, era altamente peligrosa y de mucho riesgo, habida cuenta de la importancia que tenía la partida del bandolero de Jauja, y su capacidad de actuación en un terreno que conocía a la perfección, y con una partida de hombres muy audaces y temerarios.
La comitiva emprendió el camino hacia Estepa custodiando a la mujer, que según las órdenes del asistente de Sevilla, debía pernoctar bajo llaves en las cárceles de los pueblos por donde pasaran.
El teniente de la escolta, para no mortificar a la prisionera en el viaje, facilitó toda la comodidad posible a la mujer, y siempre cabalgaba al lado de la esposa del Tempranillo, charlando con afecto, y dándole toda clase de consideraciones y muestras de respeto y estima, a pesar de tener que cumplir con su deber de guardián.
A pesar del mandato del asistente de Sevilla, al hacer la primera parada en el camino a Estepa para pernoctar, el joven teniente de los realistas, no permitió que la mujer durmiera en cárcel alguna, y prefirió acomodarla en un alojamiento de una posada del pueblo al que llegaron. Mandó prepararle el mejor cuarto, y que le fuera servida una excelente cena. Tales atenciones no hacían al oficial descuidar la vigilancia ni bajar la guardia, y aquella noche la pasó sin dormir apostado en la puerta de la habitación de la prisionera, acompañado por dos voluntarios como centinelas.
De igual forma se comportó el teniente con la mujer en los cuatro días que duró el viaje, que una vez concluido, la esposa del capitán de los bandoleros fue entregada sin incidencias al corregidor de Estepa.
La joven mujer quiso agradecer a su guardián el trato recibido y el delicado comportamiento tenido con ella, y al despedirse de él, después de darle muchas veces las gracias, se quitó el pañuelo de seda que llevaba puesto sobre la cabeza y le dijo:
- Señor Juan Pedro, tome usted este pañuelo y guárdelo como recuerdo de lo que lo estima esta pobre mujer; cuando tenga usted que ir a alguna parte, échese el pañuelo en el bolsillo, y si salen los muchachos al camino; enséñeles usted el pañuelo y será sagrado para ellos la persona de usted y cuanto usted lleve consigo.
El teniente guardó el pañuelo y al día siguiente, se marchó a su pueblo al frente de los militares que mandaba.
Pasados algunos meses de aquello, el oficial de voluntarios realistas tuvo que desplazarse hasta Sevilla, y vestido de paisano, emprendió el camino a bordo de una galera de cosaría.
En larga fila, marchaban unidas las galeras de Osuna, las de Estepa, las que venían desde Granada y las de Málaga en un día muy hermoso y tranquilo para viajar, y hasta entonces no tuvieron contratiempo alguno. Pero inesperadamente, como si fuesen invisibles, salieron los caballistas de un olivar situado a la parte izquierda del camino. Eran catorce hombres aguerridos y bien armados con los trabucos o retacos en la mano.

Asalto de bandoleros a un carruaje, en los caminos de Andalucía
Las galeras se detuvieron a la orden de éstos, y los pasajeros se bajaron comenzando los bandidos el saqueo, cuando el teniente, señor Juan Pedro se acercó a un bandolero y le dijo:
-Tengo que hablar en secreto con el señor José María.
Llamado el capitán de los caballistas, se presentó diciendo:
-¿Qué se le ofrece, amigo?
Como respuesta a su pregunta, el teniente sacó el pañuelo de su bolsillo, y nada más verlo El Tempranillo, gritó: -el baúl de este caballero, su capa, su manta, cuanto diga que es suyo, se pone en este sitio y que nadie le toque, pena que yo levante las greñas del retaco y lo deje tieso.
- Usted, amigo, -añadió dando la mano al señor Juan Pedro-, el libre de andar por donde quiera y de hacer cuanto se le antoje; yo sé todo lo que usted hizo con mi pobrecita mujer, y donde está José María usted será siempre el amo.
Los demás pasajeros, fueron despojados de sus pertenencias mientras estaban tendidos boca abajo en el camino, y tan sólo conservó su dinero y su equipaje el teniente Juan Pedro al que todos los hombres de la partida le dieron la mano y lo saludaron con todo respeto, siguiendo el ejemplo de su capitán. Una vez terminada la requisa, las galeras volvieron a emprender su camino a la ciudad de Sevilla.
Treinta años después, el teniente de voluntarios aún conservaba como una reliquia aquél pañuelo, que era color de caña con una ancha cenefa de pájaros de vivos colores, y cuando lo enseñaba, decía:
-"Aunque han pasado muchos años; si todavía hubiese partidas caballistas, estoy seguro que me respetarían con sólo enseñar el pañuelo y decir quien me lo había regalado; pero hoy ya no hay hombres de pelo en pecho, lo que hay son raterillos de mala muerte que no tienen ni vergüenza, ni agradecimiento, ni valor".

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(Esta es la historia de un pañuelo, que yo les cuento abreviada, y está basada en un escrito de don Antonio Aguilar y Cano, en el Memorial Ostipense)

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