EL TIEMPO EN ESTEPA

EL TIEMPO: PREVISIÓN METEOROLÓGICA PARA ESTEPA

viernes, 22 de mayo de 2009

Recuerdos de un tiempo pasado
...


"Hoy, quiero relatarles algunas anécdotas y personajes de una parte de mi vida: la etapa del período escolar. En esa época, vivía en el pueblo donde nací: La Puebla de Cazalla. De ella, conservo más buenos que malos recuerdos"

Era costumbre entonces antes de entrar a la escuela, formar cada día en el patio del colegio, bien alineados como pequeños soldados que comenzaban su jornada educacional cantando el himno nacional y otras marchas y cánticos del régimen. Uno de los niños, era quien cada mañana desde el balcón central, mientras izaba la bandera hacía la introducción entonando las primeras notas de dicho himno patrio con un… ¡Viiiiiva Espaaaaaña! Y después, seguíamos todos a la vez cantando al mismo son… ¡alzad los brazos hijos del pueblo español, que empieza a resurgir…! Etc.etc.
Eran otros tiempos.
Después de cantar, en perfecto orden y sin perder la formación, una tras otra, las filas de alumnos iban entrando a los pasillos del colegio, desde los cuales cada uno se dirigía ya a su respectiva clase.

Grupo escolar "Santa Ana" donde estuve los primeros años.


Por esos años no era de muy buena calidad la enseñanza que se impartía; pero era la que había establecida, y a base de machacar en la Enciclopedia Álvarez de tercer grado, el catecismo, los dictados, las tablas de aritmética y otros libros de texto, aprendimos unos más y otros menos, lo que ahora sabemos; y hoy aquellos niños de entonces, podemos sentirnos muy orgullosos de no ser analfabetos.
Recuerdo que las clases que se impartían por las tardes, casi siempre se daban de forma más relajada, donde el maestro -al menos el mío-, don Eugenio Álvarez de Sotomayor, nos hacía escribir al dictado, hacer alguna redacción sobre un tema, o nos contaba anécdotas, hechos y relatos agradables de escuchar y que eran muy instructivos y del agrado del alumnado; y eso nos gustaba mucho más que machacar con los números.
El respeto que en esos años se le debía a la figura del maestro era a veces excesivo, según también de qué maestro se tratara, pues en ocasiones, ese acatamiento se volvía temor al tortazo, al castigo con la regla, o al coscorrón que por menos de un pito te soltaban. Y aunque aquello rayaba en ocasiones con la extrema severidad por el exceso de mando y de sometimiento hacia el maestro; muy al contrario, lo que ocurre hoy en las escuelas peca por defecto, al no poder el profesor ni siquiera algunas veces amonestar al alumno por su mal comportamiento, sin tener que vérselas después con los padres.
De no tener el colegial casi ningún tipo de derechos en aquellos años de la Dictadura, con férrea disciplina y miedo al educador, hemos pasado hoy al extremo opuesto, en el que el alumno goza quizás en exceso, de unas libertades y privilegios que en muchos casos redundan en detrimento de la labor de quienes le instruyen, y en grave perjuicio del propio estudiante.
Ni uno ni otro supuesto creo que sean los adecuados; pues nunca fueron buenas las situaciones de extremismos.
Si en esos años llegabas a tu casa quejándote y diciendo que el maestro te había dado un tortazo, algunos padres antes de sentirse agraviados, decían: “algo habrás hecho” y lejos de defenderte o consolarte, si te descuidabas, te podían dar otro. Ahora, la situación ha cambiado a la inversa, y del miedo al profesor, se ha pasado a la actitud irrespetuosa y a veces, hasta agresiva hacia quienes tienen encomendada la difícil labor de la educación de nuestros hijos.
De todos los que fueron mis maestros, hay algunos de ellos de los que conservo mejores recuerdos: don José Bonilla, un hombre afable de gran bondad y comprensión para con los niños; don Avelino Parrilla López, también buen hombre y gran maestro muy querido por mí, y yo por él, del cual aprendí muchas buenas cosas, y del que algunos niños injusta y cruelmente se burlaban; don Eugenio Álvarez de Sotomayor, don Fernando, don Julio y otros más cuyos nombres ahora no recuerdo bien, pero que marcaron en mí un camino e interés en, y por el aprendizaje, que me ha servido considerablemente para seguir después de ese período educacional, mostrando interés por la lectura, la cultura en general y el desarrollo de mi formación autodidacta.
Con el plan Marshall de ayuda estadounidense a la España pobre y en proceso de desarrollo, los americanos nos enviaban entre otras cosas, leche en polvo y queso enlatado que se repartía a los alumnos de los colegios españoles.
Así, en unas grandes calderas, unas mujeres hacían la leche mezclando el polvo con la parte de agua correspondiente, que luego nos era repartida durante el recreo de media mañana.
Los niños en fila, íbamos pasando con nuestro jarrillo en la mano; casi todos ellos hechos con un envase de hojalata de aquellos en los que se vendía la leche condensada, y al que un “latero” le había soldado un asa.
Casi todos llevábamos aparte y en un papelito que las madres nos preparaban, un poco de azúcar y canela con la que endulzar la leche fría. Después por la tarde, y antes del recreo, se repartía otro tentempié.
En este caso era queso lo que se distribuía, cortado por el maestro cuidadosamente en las clases, en porciones iguales que se daba a cada alumno, que ya llevaba de casa un trozo de pan para comer la merienda. Cuando no había reparto de queso y se merendaba al llegar a casa, los chiquillos solíamos comer un pedazo de pan con un hoyo en medio, lleno de aceite. Hoy, -mire usted las casualidades de la vida-, por considerarse más saludable ese tipo de alimentación, se aboga por darles a nuestros hijos aquellas meriendas que antes tomábamos porque no había otras cosas.
Y algunas veces, -no todas-, la merienda era de lujo si en casa te daban una “oncita” de chocolate con pan, que siempre venía escasa y se terminaba antes; por ser el trozo de pan más grande que el de chocolate.
Uno de mis profesores en esos años era un maestro que ya he nombrado antes. Su nombre era don Julio; al que queríamos por ser un hombre bueno con los chiquillos, y gran fumador que nos mandaba a los niños al Estanco para que le comprásemos cajetillas de un tabaco negro llamado “caldo de gallina”, cuyos cigarrillos venían a medio liar, y él los liaba con una hoja de un librito de papel Jeán. Después, se lo fumaba en la clase, muy despacito y parsimoniosamente. Al parecer, no había en los colegios de entonces zonas restringidas para maestros fumadores. ¡Hay que ver cuánto han cambiado las normas y el mundo!
Así era la España de los años cincuenta, y así los maestros; esforzados hombres dedicados a la enseñanza con mucha vocación y poco sueldo y estímulo, que desde sus casas al lado del Paseo, la mayoría de ellos acudían a diario a los centros escolares montados en su bicicleta. Hombres que en aquellos tiempos enseñaban lo que se les permitía.
Había que cantar obligatoriamente el himno nacional, el cara al sol, y otros más. Quiero recordar ahora, que los sábados del mes de mayo, antes de marcharnos a casa después de terminar las clases al mediodía, era también forzoso asistir al rezo del Rosario, formados en filas en el pasillo o claustro principal del colegio.
Era España por esos años un Estado confesional cuya religión oficial, evidentemente era la católica.
Así nos educamos -o nos educaron-, con escasez de casi todo: material, alimentos, derechos... privilegios.
Eran otros tiempos.

1 comentario:

  1. Qué hermoso recuerdo Antonio! Mi etapa escolar fue vivida también con gran gozo, solo que si vuelvo la mirada atrás, hoy me falta mi mejor compañero: mi hermano Tito, que falleció hace cuatro años, a los 47 de edad. Ya escribiré también contandomis perlas, esas que se llevan por siempre en el corazón!

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